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Vivir juntas: arquitectura desde la empatía

  • Foto del escritor: Munco
    Munco
  • 31 ago
  • 3 Min. de lectura
Niños dibujando la ciudad desde su perspectiva. Taller de diseño participativo en la Alameda, Querétaro.
Taller de diseño participativo, Querétaro, México

¿Es posible diseñar y construir espacios donde quepamos todas?


Diseñar en arquitectura aquello que solo ha sido posible en los sueños de las personas. Probablemente, esto signifique pensar en formas de empatizar, definir e idear. Al ponerlo en práctica, seguramente descubriremos una nueva forma de vivir juntas.


La arquitectura comercial —la de los grandes despachos, los “maestros”— ha sido, por décadas, un instrumento de control. Una forma de ordenar, imponer y dividir. Gobiernos, planificadores urbanos y estudios de renombre han tratado la ciudad como un gran plan maestro, diseñado desde un corporativo, lejos de quienes la habitan. Un modelo artificial, limitado, ciego a la diversidad de formas de vivir, cuidar y resistir.


Mientras tanto, la ira crece. Las habitantes ya no creen en quienes diseñan (imponen) sus territorios. Porque los barrios se destruyen para construir torres vacías. Las vecinas son desplazadas para alojar extranjeros. Los ríos se entuban para hacer estacionamientos. Los árboles se talan para colgar cableado y ampliar avenidas.


Este modelo no solo ha fallado. Ha roto el tejido entre las personas, entre las especies, entre la tierra y quienes la habitan. Si tan solo construyéramos a través de nuestras relaciones con el espacio, dadas por la experiencia y la imaginación, el proceso liberador de la ideación se extendería para siempre, concibiendo un mundo lleno de posibilidades, metáforas y utopías.



Otra arquitectura es posible, desde la empatía


Ya no podemos trabajar juntas fácilmente. La ira y la frustración han aumentado considerablemente contra gobiernos, planificadores y cualquier figura de poder responsable de la construcción del territorio. ¿Cuándo se convirtieron en figuras de poder? Probablemente ese sea el problema para empezar.


Sería necesario sustituir estas figuras de poder por actoras dispuestas a caminar junto a las habitantes del territorio, a sentarse en el suelo, a observar las aves, a contemplar el flujo del agua y a escuchar las historias, los miedos y los sueños.


Este proceso comienza con la empatía necesaria para reconocer que cada experiencia es valiosa. Que todas propongan, decidan y construyan; al hacerlo, es probable que descubramos que diseñar se asemeja más a cocinar para toda la familia, en lugar de crear una gran maqueta de papel de lo que debería haber sido y nunca fue.


Vamos a intervenir 12 espacios públicos, con un presupuesto de 800 millones de pesos. La obsesión por controlar el territorio mediante mandatos solo es posible con la colusión de las profesionales del espacio. La arquitectura, como intervención, se enfoca en lo individual y lo artificial. Si deseamos entornos que surjan de manera orgánica de la vida en comunidad, probablemente debamos dejar de intervenir.


Como una casa que se amplía con el tiempo, como un barrio que se organiza para proteger su agua, como una azotea que se convierte en huerto. En este modelo, las habitantes no son usuarias, sino coautoras. Los árboles no son obstáculos, sino vecinos. Los insectos no son plaga, sino compañeros. El agua no es mercancía, sino un derecho. Y la vida prospera.


¿Y entonces la arquitectura perdura? Sí, pero solo como mediadora que reconoce que otras también participan en la construcción del mundo. Es probable que la abuela que cuida su jardín sea más diseñadora del mundo que las propias arquitectas, ya que su obra surge del diálogo con otras especies.



¿Y el ambiente natural?


Probablemente todo ya haya sido trastocado por el humano y difícilmente encontremos un territorio inmaculado. A medida que el límite entre nosotras y las demás especies se vuelve cada vez más ambiguo, también lo hace nuestro futuro. Hemos perfeccionado la construcción de muros; ahora podemos obsesionarnos con construir puentes.


La arquitectura desde la empatía da perspectiva a las cosas, crea conexiones y grupos, y hace que cada mundo se relacione con los demás. El ambiente natural siempre ha luchado por mantener sus relaciones, de las que depende. ¿Podemos de alguna manera traer tantas de estas relaciones a la arquitectura como sea posible? Quizás podamos traer tantas historias como sea posible, haciendo que los sueños de todo tipo sean lo más tangibles posible. O bien, si esta arquitectura se mantiene como utopía, compartiremos un mensaje de esperanza para continuar la lucha por nuestra supervivencia.


Esto es vivir juntas; el nuevo uso de la arquitectura.


Dibujo de Avenida Zaragoza y Alameda de Querétaro, México.
Mapa de Avenida Zaragoza, Querétaro, México.

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